En mi soledad
he visto cosas muy claras,
que no son verdad.
Antonio Machado
he visto cosas muy claras,
que no son verdad.
Antonio Machado
La idea es la forma con la que un objeto se presenta ante la vista del que lo observa, sus raíces etimológicas la remiten al verbo griego designado para indicar el acto de ver. Así, la idea es lo que se ve. A partir de ello, Platón pudo configurar una particular teoría en la cual paradójicamente existían formas esenciales que eran invisibles para los ojos, la salvedad se encontraba en el establecimiento de distintos niveles de percepción, pues el hombre normal, según Platón, es incapaz de alcanzar sensorialmente el mundo de las ideas arquetípicas, sólo le es permitido tener acceso a las sombras que éstas representan ante el mundo. Las ideas son inalcanzables por la vía cotidiana, las sombras no.
En la filosofía platónica las ideas son inmutables, su forma terrena en cambio es siempre inconstante. Esto nos remite a la dualidad entre esencia y apariencia. En cada ser, si pensamos en esa ontología fragmentaria que es nuestra óptica individualista, existe una forma que se conserva y otra que no. La primera corresponde a una estructura perenne que proporciona una identidad definida, es decir, una igualdad con una estructura de orden arquetípico. La segunda es un cascaron siempre renovable.
Por lo tanto, las ideas son cambiantes y no. En la mitología china se aduce que aun después de la creación de las diez mil cosas, es decir del universo, éstas siguen siendo una unidad, dicha idea quizá resarce la naturaleza mutable y la inmutable del ser.
Como humanos, nuestro acceso a lo real es sumamente limitado. El contacto del hombre con el mundo, y esto incluye a otros hombres, se inicia primariamente en el plano sensorial. El individuo, expuesto a los estímulos exteriores, recibe ciertos impulsos a través de sus sentidos, dispuestos por su morfología orgánica, luego, los mismos, convertidos en señales eléctricas y quimicas, son reconfigurados por las estructuras nerviosas superiores basándose en las experiencias anteriores del sujeto en cuestión.
Esto implica que el hombre jamás tiene acceso al mundo objetal, su único contacto con esa esfera de la existencia es a través de la experiencia estrictamente subjetiva. La acepción común del concepto de idea, es precisamente el acomodamiento perceptual que el sujeto lleva a cabo, de forma inconciente, para entrar en un contacto irreal con el mundo que lo rodea. Ese contacto, aunque ficticio, es lo que le permite desarrollarse y sobrevivir.
En principio el mundo es real, pero no hay forma de saberlo, la interacción únicamente ocurre en un nivel imaginario, el universo es una invención del ser que lo concibe. Aun así es necesario inventar dicho universo, los conceptos o ideas cobran entonces un papel predominante pues nos acercan y sirven como medio para interactuar con lo real; a modo de filtro, una vez inventada la idea, ésta sirve de único medio para la relación sujeto-objeto.
La idea ha trascurrido de ser “lo que se observa” a ser “a través de lo que se observa” y en cuanto a esta última acepción su naturaleza delusoria ha sido, lamentablemente, presa del olvido. Lo que era un medio se ha convertido para nuestra cultura en el objeto en sí, creando una terrible confusión que no ha dejado indemne a la historia de la civilización.
Las ideologías, el conjunto de ideas que forman nuestra visión de los sistemas, surgen como rutas de supervivencia, nos dan esquemas formales que con el tiempo se concretan. El hombre las asume y las despliega a lo largo de su vida, pues le proporcionan seguridad acerca de lo que lo rodea, dicha seguridad por supuesto es limitada pero es mejor que cualquier incertidumbre.
Una buena ideología proporciona un equilibrio entre la dinámica ordenada y la caótica, explica algunas cosas que suceden y deja abierta la respuesta a otras, permitiendo con esto la posibilidad de mutación de la propia ideología. Sin embargo, esto sucede pocas veces de manera sencilla, lo más común es que el hombre, cómodo con el cúmulo de ideas que ostenta, prefiera no cambiar, y ni siquiera cuestionar, su visión del mundo. Se resiste, pues teme la faz caótica de la incertidumbre, entonces establece de manera rígida sus propias ideas y las implanta a guisa de sistemas inamovibles.
Por ello, las ideologías son comúnmente sistemas rígidos y por eso es difícil cambiar los esquemas cognitivos de cualquier persona, a menos que estos entren en conflicto con su vivencia actual y estén en pleno desequilibrio. Lo común es que las personas defiendan ciegamente las ideas que sustentan su experiencia cotidiana.
La historia de las civilizaciones tiene como marco la constante batalla entre la evolución y el estatismo de los sistemas conceptuales, la religión y sus guerras santas son un perfecto ejemplo de cómo los conceptos inamovibles decaen en la destrucción de quienes se oponen a ellos, y no sólo la religión también la razón y la ciencia sufren de este mismo destino pues sus defensores no se dan cuenta de que la existencia de un método es en principio, y como todo, una útil invención que por supuesto habrá de ser superada. No hay diferencia entre el mundo de los dioses y el de las partículas elementales, ninguno nos acerca a la realidad.
Así nace la prevalencia de los ismos, que tienen como matriz el miedo innato al cambio y a la tempestad. Dicha situación, ciertamente, dura poco, y realmente es un tanto inútil; y es que la dinámica de la realidad, aunque desconocida, termina siempre por derribar los muros limitantes. Mientras tanto, el horror de la certidumbre permanece.
Las ideas son vehículos para alcanzar un mundo inalcanzable, ilusorio y necesario, pero el olvido de su naturaleza proteica sume al hombre en el sufrimiento y la desesperación, el servidor se convierte en el tirano y llegamos así a la sociedad que experimentamos, aquella que ensalza los ismos, aquella que cree en una realidad estable y que desprecia todo lo que no se ajuste a su método de indagación, fragmentaria y destructiva; en esta sociedad dominada por las ideas rígidas cualquier desequilibrio resulta desastroso, pues no existe la noción de que las cosas cambian y se transforman.
Por eso lo real es tan peligroso, pues quien cree haber entendido el mundo es dueño de un universo muerto y degradado, la verdad, felizmente, será siempre transitoria.
En la filosofía platónica las ideas son inmutables, su forma terrena en cambio es siempre inconstante. Esto nos remite a la dualidad entre esencia y apariencia. En cada ser, si pensamos en esa ontología fragmentaria que es nuestra óptica individualista, existe una forma que se conserva y otra que no. La primera corresponde a una estructura perenne que proporciona una identidad definida, es decir, una igualdad con una estructura de orden arquetípico. La segunda es un cascaron siempre renovable.
Por lo tanto, las ideas son cambiantes y no. En la mitología china se aduce que aun después de la creación de las diez mil cosas, es decir del universo, éstas siguen siendo una unidad, dicha idea quizá resarce la naturaleza mutable y la inmutable del ser.
Como humanos, nuestro acceso a lo real es sumamente limitado. El contacto del hombre con el mundo, y esto incluye a otros hombres, se inicia primariamente en el plano sensorial. El individuo, expuesto a los estímulos exteriores, recibe ciertos impulsos a través de sus sentidos, dispuestos por su morfología orgánica, luego, los mismos, convertidos en señales eléctricas y quimicas, son reconfigurados por las estructuras nerviosas superiores basándose en las experiencias anteriores del sujeto en cuestión.
Esto implica que el hombre jamás tiene acceso al mundo objetal, su único contacto con esa esfera de la existencia es a través de la experiencia estrictamente subjetiva. La acepción común del concepto de idea, es precisamente el acomodamiento perceptual que el sujeto lleva a cabo, de forma inconciente, para entrar en un contacto irreal con el mundo que lo rodea. Ese contacto, aunque ficticio, es lo que le permite desarrollarse y sobrevivir.
En principio el mundo es real, pero no hay forma de saberlo, la interacción únicamente ocurre en un nivel imaginario, el universo es una invención del ser que lo concibe. Aun así es necesario inventar dicho universo, los conceptos o ideas cobran entonces un papel predominante pues nos acercan y sirven como medio para interactuar con lo real; a modo de filtro, una vez inventada la idea, ésta sirve de único medio para la relación sujeto-objeto.
La idea ha trascurrido de ser “lo que se observa” a ser “a través de lo que se observa” y en cuanto a esta última acepción su naturaleza delusoria ha sido, lamentablemente, presa del olvido. Lo que era un medio se ha convertido para nuestra cultura en el objeto en sí, creando una terrible confusión que no ha dejado indemne a la historia de la civilización.
Las ideologías, el conjunto de ideas que forman nuestra visión de los sistemas, surgen como rutas de supervivencia, nos dan esquemas formales que con el tiempo se concretan. El hombre las asume y las despliega a lo largo de su vida, pues le proporcionan seguridad acerca de lo que lo rodea, dicha seguridad por supuesto es limitada pero es mejor que cualquier incertidumbre.
Una buena ideología proporciona un equilibrio entre la dinámica ordenada y la caótica, explica algunas cosas que suceden y deja abierta la respuesta a otras, permitiendo con esto la posibilidad de mutación de la propia ideología. Sin embargo, esto sucede pocas veces de manera sencilla, lo más común es que el hombre, cómodo con el cúmulo de ideas que ostenta, prefiera no cambiar, y ni siquiera cuestionar, su visión del mundo. Se resiste, pues teme la faz caótica de la incertidumbre, entonces establece de manera rígida sus propias ideas y las implanta a guisa de sistemas inamovibles.
Por ello, las ideologías son comúnmente sistemas rígidos y por eso es difícil cambiar los esquemas cognitivos de cualquier persona, a menos que estos entren en conflicto con su vivencia actual y estén en pleno desequilibrio. Lo común es que las personas defiendan ciegamente las ideas que sustentan su experiencia cotidiana.
La historia de las civilizaciones tiene como marco la constante batalla entre la evolución y el estatismo de los sistemas conceptuales, la religión y sus guerras santas son un perfecto ejemplo de cómo los conceptos inamovibles decaen en la destrucción de quienes se oponen a ellos, y no sólo la religión también la razón y la ciencia sufren de este mismo destino pues sus defensores no se dan cuenta de que la existencia de un método es en principio, y como todo, una útil invención que por supuesto habrá de ser superada. No hay diferencia entre el mundo de los dioses y el de las partículas elementales, ninguno nos acerca a la realidad.
Así nace la prevalencia de los ismos, que tienen como matriz el miedo innato al cambio y a la tempestad. Dicha situación, ciertamente, dura poco, y realmente es un tanto inútil; y es que la dinámica de la realidad, aunque desconocida, termina siempre por derribar los muros limitantes. Mientras tanto, el horror de la certidumbre permanece.
Las ideas son vehículos para alcanzar un mundo inalcanzable, ilusorio y necesario, pero el olvido de su naturaleza proteica sume al hombre en el sufrimiento y la desesperación, el servidor se convierte en el tirano y llegamos así a la sociedad que experimentamos, aquella que ensalza los ismos, aquella que cree en una realidad estable y que desprecia todo lo que no se ajuste a su método de indagación, fragmentaria y destructiva; en esta sociedad dominada por las ideas rígidas cualquier desequilibrio resulta desastroso, pues no existe la noción de que las cosas cambian y se transforman.
Por eso lo real es tan peligroso, pues quien cree haber entendido el mundo es dueño de un universo muerto y degradado, la verdad, felizmente, será siempre transitoria.
El debate "ideologías si, idelogías no" es realmente fascinante. En esta era post-ideológica ¿Estamos mejor que antes, liberados de dogmatismos que limitaban nuestra visión de la realidad? ¿O por el contrario estamos todavía más desprotegidos ante un "Sistema" implacable a la hora de establecer el pensamiento único?
ResponderEliminarMe temo que, con la "desculturización " progresiva de la juventud actual, nos vemos abocados a lo segundo.
Creo que existir sin ideologías no es posible, nuestra era post-ideológica está fincada en una ideología no muy diferente a la de los hombres de la modernidad y es muy posible que sea su evolución el individualismo sometido e ingenuo que presenciamos.
ResponderEliminarLos dogmas son valiosos porque nos dan un sentido común, una identidad, fingir que vivimos sin ellos nos deja desprotegidos ante las taras del poder, pero sobre todo nos deja a la intemperie de peligros que nos acechan muy íntimamente.
Las ideologías forman parte de lo que somos, mas no lo constituyen, y eso me parece seria bueno recordarlo, las ideas cambian, con o sin nuestro permiso, y está bien que así sea.