Algo que cuesta mucho a los pacientes, y en general a cualquier persona, es el intrincado acto de reclamar de forma fidedigna. Reclamar es hacer, con ahincó, un llamamiento que ya se había hecho, clamar de nuevo, ante una exigencia que se mantiene hacia el otro, contraponerse ante una mandato o una acción injusta.
En el reclamo el alma resuena una cantaleta que se quisiera olvidar, ya sea por miedo a aquel grito repetitivo o por que el eco nunca descansa y se mantiene como imagen fija en el paisaje de la cotidianidad. Dicho grito ahonda en lo profundo, en aquello que no se desea conocer, el mal interior, el dolor secreto que cada uno lleva consigo.
El reclamo es tan difícil justamente porque desata, en la persona, aquello que perturba su normalidad, su voz interior, que lo mantiene despierto y atento a sí mismo; al tiempo en que este sonido atronador molesta al mundo circundante: a la familia, a la pareja, a los amigos, a los compañeros, a todo aquel que se mueve en un sólo tono. Este clamor, por lo tanto, se caracteriza por ser incomodo e inapropiado para las convenciones grupales, y como todo lo enfadoso es preferiblemente desechado.
Pero el pinchazo constante nunca se deja de oír, subyace como ruido de fondo y tarde o temprano se desata, destructivo y barbárico.
Reclamar es arduo, no únicamente porque va contra la paz y tranquilidad del grupo social, sino porque quien reclama frecuentemente lo hace utilizando una voz que no es la suya, o un mensaje que cubre otro mensaje. El que reclama muchas veces oculta, sin saberlo, su verdadera intención con otra equivocada que, aunque molesta, no destruye el orden prescrito. Un mal artificial que cubre el dolor del mal primordial.
Así, el reclamo o se teatraliza o se constriñe. Pero el reclamo es constante, como la angustia, y como ésta, tiende a tomar muchas formas. Por eso el hombre se ve constantemente enfrentado al reclamo de su propia alma, que enmudecida busca la comunión con el mundo de afuera. Su agresividad en dicha búsqueda depende de los oídos alertas de la persona en cuestión.
Me he dado cuenta de que en general un reclamo ensayado en el consultorio tiene tres fases:
Ante una situación en donde el reclamo es necesario, primero se pide al paciente que diga lo que siente, esto conecta al sujeto con su esfera sensorial y sentimental, y le ayuda a discernir entre las variedades de sentimientos que lo impulsan, percibiendo así la energía necesaria para tal momento, el dios al que rendir sacrificio.
En segundo lugar, se pide al paciente que note y exprese lo que no quiere, lo cual se plante como una vía negativa en el proceso de introspección, útil sobre todo para comprender lo que sucede de manera especifica, entrando por la ruta más sencilla a la esfera de las necesidades, pues es arduo inicialmente saber lo que se quiere, es más fácil saber lo que no se requiere. Se utiliza así el contraste entre los opuestos, con el fin de dar con el opuesto complementario.
Por último, se exhorta al individuo a que formule lo que necesita del otro, acción que conecta al paciente con la otra persona, que de algún modo también es ella misma. De esta forma es capaz de afirmarse ante el otro y sustentar su propia vivencia y necesidad. Sólo ante el otro, el hombre se convierte en individuo, por ello el medio es parte importantísima de la terapia, ya que si no hubiera otros con quien relacionarse el paciente no podría construir su propia senda. No podría reconocerse.
De esta manera el reclamo refuerza los lazos entre el hombre, la psique y el mundo, transito que es temible porque supone una unión abrumadora. Quizá esta unión es la que el individuo teme al realizar el reclamo, la perdida de su inocencia psíquica.
También es posible que al reclamar, el hombre se de cuenta de que su voz resulta profunda y cavernosa, amplia y estridente, de nueva cuenta la voz no es suya, pero tampoco es artificial, como su voz falsa; el tono y las palabras que de ella manan son oscuros como la muerte, son la muerte misma. Es probable que el miedo natural al reino de la muerte sea otra causa para evitar el reclamo. Pero en terapia se sabe que esta vía es la única que conduce al reino de la psique, sin muerte no hay restauración.
El alma reclama para unirse al mundo al que pertenece y el ser humano es su instrumento. Para salir de su mudez primaria, se construye en su voz, que tiene múltiples formas. El hombre ha de acudir a su llamado y otorgarle vida a ese clamor, y reclamar con cada cosa que dice y cada cosa que hace, pues su mensaje más que suyo es un mensaje, profundo y significativo, de potencias que desconoce pero cuyos caminos no puede dejar de seguir.
En el reclamo el alma resuena una cantaleta que se quisiera olvidar, ya sea por miedo a aquel grito repetitivo o por que el eco nunca descansa y se mantiene como imagen fija en el paisaje de la cotidianidad. Dicho grito ahonda en lo profundo, en aquello que no se desea conocer, el mal interior, el dolor secreto que cada uno lleva consigo.
El reclamo es tan difícil justamente porque desata, en la persona, aquello que perturba su normalidad, su voz interior, que lo mantiene despierto y atento a sí mismo; al tiempo en que este sonido atronador molesta al mundo circundante: a la familia, a la pareja, a los amigos, a los compañeros, a todo aquel que se mueve en un sólo tono. Este clamor, por lo tanto, se caracteriza por ser incomodo e inapropiado para las convenciones grupales, y como todo lo enfadoso es preferiblemente desechado.
Pero el pinchazo constante nunca se deja de oír, subyace como ruido de fondo y tarde o temprano se desata, destructivo y barbárico.
Reclamar es arduo, no únicamente porque va contra la paz y tranquilidad del grupo social, sino porque quien reclama frecuentemente lo hace utilizando una voz que no es la suya, o un mensaje que cubre otro mensaje. El que reclama muchas veces oculta, sin saberlo, su verdadera intención con otra equivocada que, aunque molesta, no destruye el orden prescrito. Un mal artificial que cubre el dolor del mal primordial.
Así, el reclamo o se teatraliza o se constriñe. Pero el reclamo es constante, como la angustia, y como ésta, tiende a tomar muchas formas. Por eso el hombre se ve constantemente enfrentado al reclamo de su propia alma, que enmudecida busca la comunión con el mundo de afuera. Su agresividad en dicha búsqueda depende de los oídos alertas de la persona en cuestión.
Me he dado cuenta de que en general un reclamo ensayado en el consultorio tiene tres fases:
Ante una situación en donde el reclamo es necesario, primero se pide al paciente que diga lo que siente, esto conecta al sujeto con su esfera sensorial y sentimental, y le ayuda a discernir entre las variedades de sentimientos que lo impulsan, percibiendo así la energía necesaria para tal momento, el dios al que rendir sacrificio.
En segundo lugar, se pide al paciente que note y exprese lo que no quiere, lo cual se plante como una vía negativa en el proceso de introspección, útil sobre todo para comprender lo que sucede de manera especifica, entrando por la ruta más sencilla a la esfera de las necesidades, pues es arduo inicialmente saber lo que se quiere, es más fácil saber lo que no se requiere. Se utiliza así el contraste entre los opuestos, con el fin de dar con el opuesto complementario.
Por último, se exhorta al individuo a que formule lo que necesita del otro, acción que conecta al paciente con la otra persona, que de algún modo también es ella misma. De esta forma es capaz de afirmarse ante el otro y sustentar su propia vivencia y necesidad. Sólo ante el otro, el hombre se convierte en individuo, por ello el medio es parte importantísima de la terapia, ya que si no hubiera otros con quien relacionarse el paciente no podría construir su propia senda. No podría reconocerse.
De esta manera el reclamo refuerza los lazos entre el hombre, la psique y el mundo, transito que es temible porque supone una unión abrumadora. Quizá esta unión es la que el individuo teme al realizar el reclamo, la perdida de su inocencia psíquica.
También es posible que al reclamar, el hombre se de cuenta de que su voz resulta profunda y cavernosa, amplia y estridente, de nueva cuenta la voz no es suya, pero tampoco es artificial, como su voz falsa; el tono y las palabras que de ella manan son oscuros como la muerte, son la muerte misma. Es probable que el miedo natural al reino de la muerte sea otra causa para evitar el reclamo. Pero en terapia se sabe que esta vía es la única que conduce al reino de la psique, sin muerte no hay restauración.
El alma reclama para unirse al mundo al que pertenece y el ser humano es su instrumento. Para salir de su mudez primaria, se construye en su voz, que tiene múltiples formas. El hombre ha de acudir a su llamado y otorgarle vida a ese clamor, y reclamar con cada cosa que dice y cada cosa que hace, pues su mensaje más que suyo es un mensaje, profundo y significativo, de potencias que desconoce pero cuyos caminos no puede dejar de seguir.
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