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Asterión ante la redención. Tres lecturas al cuento: "La casa de Asterión" de J. L. Borges



Por: Alejandro Chavarria Rojo


“La casa de Asterión” de Jorge Luís Borges es uno de los relatos más representativos del autor, en ese cuento se encuentran implícitos lo temas que a Borges le urgieron durante toda su vida, y en él la hermosa y límpida escritura se entrelaza en cuestiones que, está de más decir, son extrañamente maravillosas. En este caso habré de ocuparme de uno sólo de esos temas (tal vez en algún punto se entretejan otros tantos): la redención.

La Real Academia de la Lengua Española define “redimir” como “Rescatar o sacar de la esclavitud al cautivo mediante un precio […]. Librar de una obligación o extinguirla […]. Poner término a algún vejamen, dolor, penuria u otra adversidad o molestia”. A esto habré de volver a la brevedad, pero antes hay que hablar un poco del cuento en sí y del mito que lo inspira.

El cuento de Borges relata la estadía de Asterión en el laberinto de Creta. Asterión es el hijo de Pasifae, esposa del rey Minos. Cuenta el mito que cuando Minos se disputaba el trono de Creta con sus hermanos, él invoco la aprobación de los dioses para poder ser coronado, los dioses le respondieron y Poseidón mando un magnifico toro blanco que simbolizaba la aprobación y el pacto. Sin embargo, la condición era que el ahora rey Minos sacrificara aquel toro impresionante y devolviera así lo que se le había otorgado. El rey no obedeció y sacrifico, en el altar a Poseidón, un toro blanco, pero no el mismo que había sido un don. Tiempo después Minos entró en batalla y pasó un largo período fuera de su hogar; como castigo por la desobediencia, el dios del mar instigo el que la reina Pasifae se enamorará del toro sagrado. Está, no encontrando otro modo de saciar su deseo, pidió a Dédalo que le construyera un artificio en forma de vaca con el cual podría realizar la ansiada copula, de esta unión nació Asterión y luego, él, fue encerrado en el laberinto.

Al enfrentarnos a un cuento como el de “La casa de Asterión” no hay que olvidar el bagaje mítico que respalda a esta historia, sin el mismo nos adentraríamos en un terreno abrupto con el cual seria muy difícil lidiar.

El mito original cuenta que Minos no pudo castigar a la reina pues sabia, con certeza, que lo sucedió había sido únicamente su culpa. La hybris es el pecado de soberbia que tanto importaba a los griegos, el no haber devuelto el don proporcionado introdujo al rey en el mundo de la insolencia, acto que debía ser castigado.

De alguna manera lo que está a nuestro alcance siempre es una dadiva que necesita seguir el camino de su propia mutación, retener lo que obtenemos es paralizar el movimiento continuo de todo lo existente, es no dejar fluir el objeto y por eso mismo convertirlo en una cosa muerta. Eh ahí el pecado.

El castigo no es sólo la presencia de ese ser monstruoso, fruto del flujo estático, la condena es la transformación del rey Minos en un monstruo también. La transformación en tirano obedece a la misma ley que la perversión de la forma, sucede como la sanción por la trasgresión de un límite que está impuesto al reino humano. Una vez cruzada tal demarcación, el hombre se convierte en otro, en su sombra, con todos los atributos negativos que explicitan el pecado cometido. Otrora un buen soberano Minos se trasfigura en un déspota que es odiado por su pueblo y por los hombres de otros pueblos que le rinden forzada pleitesía.

El minotauro no es el castigo, es más bien la representación simbólica del interior del tirano, es la proyección de la misma en el objeto nacido de su propia mujer que encarna, a su vez, la parte femenina olvidada por Minos y la cual, si hubiera sido atendida, podría haber logrado un balance que impidiera la hybris y la correspondiente admonición.

El mito continúa con la intervención de un joven héroe griego: Teseo, el cual ayudado por la hija de Minos, Ariadna, logra llegar al centro del laberinto, justo para asesinar monstruo. Posteriormente sale avante de aquel dédalo no menos monstruoso y se lleva con el a Ariadna, prometiéndolo lo que nuca cumplirá.

Teseo es el héroe que representa la nueva conciencia que ha de hacer frente a la decimonónica figura del tirano, él es el cambio, la novedad. Teseo se apresura a iniciarse en el camino del laberinto con la ayuda de Ariadna, que le recuerda la senda de regreso, y así llega hasta el minotauro al cual derrota y da muerte.

Teseo es el redentor, encarna en su figura al pueblo griego, joven aun, que se enfrenta contra una potencia decadente, mata al minotauro y personifica con su hazaña el cambio tan común en la historia humana, así como la innovación necesaria en la estructura psíquica. Es redentor porque libra de la adversidad a un pueblo y le proporciona la esperanza para luchar contra sus opresores. Pero también es redentor porque, con la muerte, libera al minotauro de la cruel carga de ser un pecado corporeizado y provoca con esto el principio de la destrucción del imperio de Minos, quien más tarde se trasformará en un ser más justo, o mejor dicho en un juez, el principal juez de los muertos.

Todo esto, el héroe, lo logra tomando el camino que Minos no eligió. Pues acepta al alma, que personifica Ariadna, como su guía en el laberinto horrífico (pues todo laberinto es terrible, y Borges vivía tal verdad constantemente), ella es la corona de luz que también le permite abrirse paso en el terreno de lo inasible. Así Teseo es Minos trascendido. Y la derrota de lo pervertido se vuelve en la tierra fértil de una nueva potencia, del nuevo estadio o del nuevo rostro de una idea latente que había sido detenida por el rey anterior.

De esta forma se puede dar una lectura al cuento de Borges, la redención cobra en sí un papel purificador, trascendental, para los implicados en el mito, sobre todo para Minos y su contraparte el minotauro; hay que recordar que la reina Europa, madre de Minos, fue preñada por Zeus en forma de toro lo que implica ya una identidad compartida entre los dos personajes, Minos y el minotauro.

Otra lectura, más acorde al contexto personal del cuento, se relaciona directamente con los temas que inquietaron a Borges y que lo convirtieron en un erudito, todos o la mayoría se encuentran inscritos en el cuento. Al final sobreviene la liberación y al parecer podría ser la salvación del propio autor.

Hay que observar un hecho curioso: el minotauro es un ser hibrido, humano y animal al mismo tiempo. Lo humano en Borges es esa intrincada red de pensamientos que lo caracteriza, la erudición y la parsimonia que le dan forma a su discurso; lo animal es todo lo reprimido.

En su conferencia sobre “La pesadilla” el autor menciona que sus principales pesadillas tienen que ver con dos temas: los laberintos y los espejos. Más adelante, él observa “No son distintas [las pesadillas] ya que bastan dos espejos opuestos para construir un laberinto”. El temor al laberinto data de haber observado un grabado del dédalo de Creta y de la imaginación delirante de concebir dentro al minotauro. Durante toda su obra Borges construirá un gran número de laberintos en sus cuentos, poesías y ensayos. Hablará del laberinto del tiempo, del espacio, de las ideas, todo en Borges es un laberinto.

“La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo” afirma Asterión, y al hacerlo habla no sólo del mundo exterior sino también del mundo interior del personaje que es un laberinto infinito, habrá que precisar, en el “que todas las partes de la casa están muchas veces”, todas están catorce veces, numero que en el relato es una alegoría del infinito.

Asterión es un personaje intrincado, tierno y terrible a la vez, él mismo dice: “Se que me acusan de soberbia, de misantropía, y tal vez de locura”, y en otro párrafo al hablar sobre su trato con las personas dicta: “No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo.” Luego el protagonista menciona: “El hecho es que soy único. […] pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que esta capacitado para lo grande”

Este aspecto de la personalidad de Asterión, su falta de identificación con el mundo humano, es interesante porque nos incita a la sospecha de que el personaje no es otro que un álter ego del mismo Borges. Las anteriores citas entrevén a un ser que no esta capacitado para el trato diario con los otros, es muy diferente a ellos tanto en su apariencia como en su esencia y no comparte intereses comunes con los demás. La misantropía viene de la discordancia con la vulgaridad, de la visión oscura y solipsista de una mente inquisitiva y espantosa.

Dice Asterión: “Quizá yo he creado las estrellas y el sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo”, este es el presentimiento de un hombre que se sabe solo y la afirmación implica los postulados idealistas más radicales, nos recuerda a Berkeley o a los mitos de la India que ven en el mundo la más grande de las delusiones.

El que nada sea transmisible por la escritura ha de constituir una maldición para el escritor que no tiene otra forma de pronunciarse, pero esta subjetividad radical que se observa en el cuento habla precisamente sobre dicha imposibilidad, porque el trecho entre lo escrito y lo leído ha de ser inmenso, el lector nunca comprende al escritor ya que el lector también está solo irremediablemente.

La soledad es el primer indicio que nos confirma la identidad de Borges con Asterión, otra pista es la infinitud del laberinto. Todo espacio es infinito, todo tiempo no lo es menos y el mundo borgiano se encuentra urdido con la inmensidad de este tema. El universo del autor es un mundo complejo, pero hay cierta aversión cuando a la mente entran estos temas imposibles, el mundo nunca es el mismo cuando se profundiza en lo eterno, parte de la identidad del hombre se pierde cuando se intenta concebir el infinito.

La incertidumbre de lo eterno es semejante a la incertidumbre del otro. Laberinto y espejos son temas que se conjugan en un único sustantivo: la alteridad, la capacidad de interactuar con el otro, de pensarlo, de ser ese otro. De esta manera, Asterión se ve en la penosa circunstancia de no poder ser otro, tal vez ahí radica la nostalgia que se transmite en cada pagina, de esa mendicidad.

Y el que escribe no ha de ser menos infeliz puesto que su incapacidad de ser otro viene de su sensibilidad singular que lo capacita para temas que no tienen que ver con el mundo vulgar y, por lo tanto, su propia naturaleza es el limite de su alteridad, puede pensar en los otros, pero no ser los otros. El matiz con el que el escritor, en este caso Borges, observa al mundo lo hace ser un perenne extranjero.

“…uno de ellos [de los jóvenes sacrificados a Asterión] profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor”. El redentor del protagonista es el otro, Teseo también es el otro Asterión. Él llegará a donde el personaje y lo librará de la injusticia de la vida, del dolor de ser existente y lo llevará a un lugar con menos galerías, porque ser un individuo es existir como un ser doliente, ya por la incertidumbre, ya por la soledad, nada es menos penoso que vivir.

Borges es Asterión y su sufrimiento viene de lo ya tratado, hablar de sí mismo es lo que hacemos las personas cuando creamos, aun en lo más mínimo, con cada obra nos exponemos y hasta por nuestros subterfugios somos conocidos. Borges no podía no proyectar su propia persona en el cuento de su invención, nadie puede no representarse, de ahí que esta segunda lectura sea de tipo personal, fenomenológica, como sea que eso se entienda.

El último matiz del que me ocupare es de la semejanza entre el dilema de Asterión y el del conocimiento humano del mundo.

Afirmare, para que no haya duda, que el mundo es incognoscible o que lo es al menos la realidad objetiva, nadie puede saber como es el mundo porque lo que se percibe es tergiversado en ese mismo acto de aprehensión, luego, lo que el hombre ve no es otra cosa que su propio reflejo ilusorio. La realidad es una construcción imaginaria.

“Quizá yo he creado las estrellas y el sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo”, el entorno del hombre está mediado por su lenguaje, lo que existe es lo nombrado, efectivamente el sujeto crea aquello que lo rodea, lo crea al encerrarlo en una categoría, con el tiempo esta categorización se hace más refinada y el cosmos se vuelve profundo entonces.

El laberinto es el conocimiento de la realidad, Asterión podría ser la ciencia, pero también podría ser la religión, el arte, los mitos, que son métodos de conocimiento por igual aunque la ciencia proclame ser la única valida a causa de su método sistematizado, pero ficticio. Más aun, el laberinto es el hombre en cuanto ego, su capacidad de cognición, el acto intrínseco que lo vuelve capaz de desenvolverse en un mundo que solamente es suyo por aprehensión, por reconocimiento, el cual inventa para vivir en él.

La filosofía, la ciencia, las ideologías que la raza humana ha ido creando con el paso del tiempo, son complejidades que atraviesan los hilos del universo, que es acaso infinito. Asterión vive en un lugar cuyo numero de cuartos no tiene final, así como todas las cosas que en el existen, podría ser que él mismo fuera también infinito, pero cabe la posibilidad de que no lo sea; si acaso no lo fuera es viable que el laberinto tenga un limite inmensurable, aunque finito.

Esto nos lleva a recordar la hipótesis que tanto gusto a Borges, ya sea afirmándola o refutándola, el eterno retorno. Todas las cosas, se plantea de manera general, están formadas de los mismos elementos constituyentes, estos son incalculables pero no son infinitos, las combinaciones de los mismos forman el universo y algún día las posibles combinaciones se saldarán, entonces el universo volverá a ser como alguna vez fue.

La vida de Asterión parece devenir en la repetición infinita, cada día es el mismo día, el laberinto del tiempo parece no tener salida. San Agustín planteo que la cruz salvaba al hombre de la eterna repetición de sus actos. En este caso Teseo parece salvar al protagonista del eterno retorno de lo mismo. Él, Teseo, simboliza lo nuevo, ya se dijo, y el cambio es el único aliciente para que las cosas no se repitan, para que sean diferentes, otra vez se trata del tema de la alteridad. El ciclo único constituye la subjetividad radical, el rompimiento de esa repetición sólo lo puede llevar a cabo el otro, lo desconocido, lo que esta fuera de las categorías homogéneas del mundo humano, lo que el hombre se ha negado a mirar, la sombra.

El caos también es una forma de la obscuridad y la incertidumbre es su consecuencia mayor. La redención del hombre, su salvación de la repetición, se encuentra en su capacidad de concebir lo inconcebible de una forma diferente a como lo ha hecho siempre, entendiendo al mundo aceptando su forma ilógica, o su lógica distinta.

El hacer sin hacer y el buscar sin buscar (wu wei) son las formas más altas de comunión espiritual, más allá de la ciencia hay un mundo rico en experiencias pero falto de posibilidades referenciales. El conocimiento es un laberinto, el tiempo lo es por igual. La inmensa red de imbricaciones fabularías sujetan al hombre al tiempo sucesivo, lo obligan a ser periódico, cíclico, su propia subjetividad lo hace incapaz de concebir lo eterno, de ver la cara de Dios.

Para poder vislumbrar a Dios, el sujeto tendría que trascender la mascara de su ego, romper sus complicidades con las explicaciones del universo, con el sentido común, y prepararse para ser consumido en el fuego de la vacuidad, de lo que niega todo lo positivo. Nadie puede ver el rostro de Dios, porque aquel que lo vea dejará de ser alguien.

El sacerdote de la pirámide de Qaholom, Tzinacán, en el cuento de Borges: “La Escritura del Dios”, ha visto de frente a la eternidad y tiene el poder de crear universos enteros, pero dice: “Quien ha entrevisto el universo, quien ha entrevisto los ardientes designios del universo, no puede pensar en un hombre […]. Ese hombre ha sido él y ahora no le importa. Que le importa la suerte de aquel otro, qué le importa la nación de aquel otro, si él, ahora es nada”.

La redención ante el tiempo, la libertad ante los sucesivo, viene con la presencia del vació, con el vértigo de la oquedad. La única forma de atender la llegada del caos es con la humildad y con la resignación, sabiendo que somos nada, y que ese es nuestro principal atributo. La muerte es la máxima resignación y para el que no se haya librado de las ataduras del ego en vida, la muerte le promete la salvación.

El conocimiento del mundo es oscuro, como oscuras son las vaguedades del espíritu, Asterión es el mundo y es el hombre tratando de conocer el cosmos, la redención es el final de esa búsqueda, que es la muerte o la resignación (resiganción, como el cambio de estadio y la aceptación del mimo, como resignificación). El protagonista se pregunta cómo será su redentor y la respuesta a estas alturas es sencilla, será justo como el mismo y lo llevara a un lugar con menos galerías, a un lugar que nosotros traducimos del griego como la plenitud.

“La casa de Asterión” es un cuento profuso en interpretaciones, se han intentado someramente tres de las muchas posibles: una mitológica, otra fenomenológica y otra epistemológica, pero mi visión no constituye un elemento fiable, quiera el tiempo que alguna vez pueda escapar de este laberinto, pues la última argucia que intuyo es la que no desarrollaré sino en mi propia duración. Asterión también soy yo mismo y espero pacientemente, aunque no sin dolor, la ansiada redención.


Septiembre del 2006

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