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El deseo de ayudar y curar en psicoterapia


Todos aquellos activos en una profesión social, quienes trabajan “para ayudar a la humanidad”, tienen motivos psicológicos altamente ambiguos para sus acciones. En su propia conciencia y para el mundo en general, el trabajador social se siente obligado a considerar el deseo de ayudar como su motivación primaria. Pero en el fondo de su alma lo opuesto es constelado simultáneamente – no el deseo de ayudar, sino la lujuria del poder y el goce en debilitar al “cliente”.

                                                                     Adolf Guggenbül-Craig, Power in the Helping Professions



El deseo de ayudar o de curar no debe ser el objetivo primordial del terapeuta, aunque el cliente lo exija y la cultura lo prescriba, pues esta necesidad está fundada en motivaciones personales, y estas constituyen un lastre para el proceso anímico que posee, a la vez, al paciente y al terapeuta. Las necesidades personales están creadas a partir de la negación burda de lo anímico, en nuestro imaginario, se superponen a la realidad intrínseca de los fenómenos. Por ejemplo, ante la angustia, el dolor o la depresión se buscan inmediatamente remedios que los extingan, y no se nos permite vivir la experiencia que los síntomas presuponen. ¿Qué sucedería si dejáramos que el dolor o la tristeza hicieran su trabajo en nosotros, sin esperar el momento de su partida pero tampoco aunarlos a un proceso de evasión? La depresión persiste quizá porque se le necesita para evadir un proceso anímico o porque no se le permite hacer mella en el individuo del alma.

Cuando queremos curar, se hace presente la racionalidad instrumental, científica, nacida del ideal cristiano de la resurrección y la redención del pecado. Asi tenemos ya una ideología, no tenemos entonces que pensar la idea que subyace al síntoma, ni podemos liberar a la noción de su encarcelamiento en la materia. Y buscamos pretextos y apoyos para mantener el fenómeno impensado (en el mundo de los psicólogos existe un repudio generalizado por la actividad racional, se prefiere sentir, hacer, experimentar, vivenciar, ¡como si todo ello no fuera el fruto de una teoría de la que se es inconsciente! Y que al cabo termina invadiendo toda actividad). Hacemos acopio de otras disciplinas, y creemos que podemos explicar el fenómeno psicológico desde la biología, desde la química, desde la cibernética, desde la etología, desde la sociología o de desde la antropología. Y así convertimos nuestra visión en una óptica anti-psicológica. 

Por otra parte, quien ayuda goza del poder de humillar a los otros, y esta ayuda no permite que el sujeto en desgracia pueda trascender su estado, pues la ayuda siempre surge de los ítems del aparato represor que coloco en tal situación al individuo (esta es la dinámica de la sobreprotección). En términos de la psicología, el deseo de ayudar es un deseo neurótico que pretende eliminar la neurosis y que acaba instalándola de forma más profunda, de manera más inconsciente. Pues como una formación reactiva, la ayuda guarda dentro de sí un núcleo de destructividad que nunca se desplegará del todo, y que por ello siempre permanecerá activo.

La curación y la ayuda son entonces procesos anti-psicológicos y tendrían que ser abordados con todo cuidado cuando aparecen en la relación transferencial, preguntándonos por ejemplo si mi deseo de ayudar no responderá a una descarga hostil cimentada en una necesidad de ostentar poder, y cual será así la lógica de este proceso. Un dicho popular dicta “más ayuda el que no estorba” y es cierto para el proceso terapéutico, pues el único papel del terapeuta es promover el proceso del cual el fenómeno patologico es el resultado, investigarlo junto al paciente y permitir que se despliegue sin interferir con un programa propio o ajeno, y que no sea el sujeto (terapeuta o paciente) quien cure, sino que el alma decida cuál es la senda que ha de recorrer y entonces caminar por ella…

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